Malditos Escolares!

jueves, 26 de junio de 2008

Sobre tortugas, y (ya pues) peces

Hay dos animales en particular que me han estado llamando la atención últimamente, debe ser bastante obvio cuáles son, en fin, antes de empezar, quisiera dejar en claro que esto no es ninguna fábula, no tiene nada que ver con el tipo ese que tiene nombre de limpia orejas, no. No pretendo dejar lección alguna, sólo quiero hablar de peces y tortugas porque me dio la regalada, gratuita e hijeputa gana de hablar de peces y tortugas. Bueh! ahí va.

Si pudieramos hablar con los animales, un animal promedio (mamífero, cuadrúpedo y con tiempo libre), al preguntarle sobre las tortugas, diría que se mueven muy lento, que no saben hacer otra cosa que atragantarse con hortalizas y que sus aspiraciones no van mas allá de echarse una buena siesta disfrazadas de roca. Osea, no son capaces de fascinarse con algo que vaya más alla de sus propias narices. Y no sería diferente si le preguntásemos a un humano, salvo por el hecho de que no habría que rascarle la panza después de respondernos (a menos que se trate del chino).

Si le preguntásemos al mismo animal qué piensa de los peces, probablemente, después de mirarnos raro y aceptar el trozo de comida que le ofrecemos en recompenza, diría que no sabe mucho de ellos, que sólo ha escuchado cosas de otros animales, pero rara vez ha visto uno. Diría que no tiene idea de cómo se mueven o qué es lo que buscan, que lo intimidan un poco, y por ende, que no le interesa toparse con uno. Con el humano no sería igual esta vez, porque ahora existen Discovery channel y los fascículos del atlas natural a todo color, sólo con tu diario El Trome, al chino no lo cuento esta vez porque ya no acepta nada ahora que se compra sus putas galletas de agua.

Ahora bien, no hay nada más falso que eso (me refiero a la primera absurda situación hipotética), la vida de una tortuga está (lentamente) en (aparente) movimiento gracias a una pasión oculta, encriptada en su diminuto y valiosísimo corazón de caminante sin camino.

Existe una relación muy muy íntima y secreta entre estos dos animales, sólo que el pez no tiene idea. Las tortugas, en contra de lo que todos los animales, humanos, y el chino piensan, admiran infinitamente a los peces, los observan en secreto, entrecierran los ojos sonriéndo, imaginando los mundos inefables que visitan cuando se sumergen y lo tremendamente veloces que deben ser. Tragan, y vuelven a soñar.

Y es que las tortugas saben muy bien que nunca podrán sambullirse, ni conocer mundos inefables, porque son tortugas y los mundos inefables les importan poco... pero cómo les gustaría ir, carajo. Sólo observan, sueltan indiferencia y quieren ir, nada más. Es lo que necesitan para seguir comiendo, caminando y siendo tortugas, o rocas.

Esa admiración, segun creo, es una de las facultades que componen la escencia de su lentísimamente cuadrúpeda, aletargada y nada despreocupada existencia. Es lo que las moviliza, es lo que las hace caminar tan lento, para no parecerse a ellos. Las tortugas necesitan a los peces, o al menos saber que están ahí debajo, no siendo tortugas, sino algo mucho más sublime, algo que va más allá de la comprensión pueril de un reptil que no conoce más allá de los arbustos de Hortalizas.

Les ayuda a no sentir su mundo tan triste y simple, porque ellas lo sienten así. Saber que hay cosas más allá de su comprensión y/o simple alcance es suficiente para dejarles esa expresión onírica en la cara y los ojos, y así, pueden ver mucho más allá del mar, y se convencen más que nunca del vuelo estelar que los peces disfutan en las noches en las que el insomnio las deja tranquilas, así...son felices.

¿Y los peces? los peces las miran, nadan y nadan, alguno, alguna vez, tal vez, ha hablado con una tortuga, quién sabe. Lo más probable, es que la tortuga se haya desepcionado, pero después de un rato, haya vuelto a comer hortalizas, como la tortuga más feliz sobre todas las galápagos, preguntándose si los peces duermen durante su vuelo estelar. Y el pez, bueno...el pez debe haberse ido extrañado y algo desconcertado, dado que siempre habría pensado que las rocas no hablaban.

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