Cosas pendientes, Tomo II (Porque soy goloso)
Lo de las musas:
Acabo de ver una película con Julia Roberts, en la última escena ella sonríe, se lleva un mechón de pelo detrás de la oreja derecha y mira el suelo, luego el color en la pantalla empieza a atenuarse y termina en un fondo negro sobre el cual empiezan a subir los créditos, dejando inmediatamente la sensación de no querer que acabe la película, sobre todo por Julia, por verla sonriendo, aunque sea un ratito más, por verla dejar caer su mechón, como un Julius enamorado de una Susan inalcanzable, al otro lado de la pantalla, en el otro hemisferio, que se debe estar llevando el mismo mechón hacia atrás, tal vez sonríe ahora, con más años encima, pero Julius la ve linda igual, siempre, para siempre.
Pues son las sonrisas y los mechones y las Julias las que mueven mi mundo ahora, son esos intensos instantes de lucidez prestada los que mueven mi mundo cuando a un director hijo de puta se le ocurre terminarme una película justo en mitad de una sonrisa de Julia Roberts o cuando una nube le cubre los ojos, o cuando mi viejita se calla y me mira nomás.
Las musas, como lo inesperado, son parte esencial de un universo reservado para los que no observan, sino se maravillan. Si el hijo de puta de Alan J. Pakula hubiera sido comprensivo con los que hemos visto la sonrisa de Julia y le hubiese dejado sonreír un poquito más, pues, no habría sido lo mismo, no me habría quedado con las ganas de verla más y más, y no me habría puesto a escribir esto. Estoy seguro de que a Alan J. le importa un pito lo que escriba un tipo en calzoncillos sobre la sonrisa de Julia Roberts a las 3 de la mañana, probablemente cortó ahí la escena porque encajaba con todo el movimiento, la música, el cuadro, o qué se yo, pero, sin saberlo, reforzó en ella la condición de musa que ya tenía, al menos en mis ojos.
Las musas son mensajes, de nosotros mismos, partes de nosotros que olvidamos o ignoramos, que nos salvan el día, o la noche. Mensajes que terminan independizándose y rigiendo nuestra vida, o ayudando a elevarla, o ayudando a enterrarla, o ayudando a esconderla o ayudando a saborearla, o ayudando a sumergirla o ayudando a conjugarla o ayudando a observarla o reviviéndola.
Una vez (como tantas) me hacía tarde. Apretaba mi morral y secaba el sudor de mis manos con él. Miraba impaciente hacia las primeras cuadras de la Av. Canevaro, pero ni rastro de algún carro que me lleve a la universidad. Cuando digo “alguno” me refiero a uno en particular, el único que tomo, uno que me llamó la atención desde el inicio porque casi no lleva pasajeros a esa hora ni durante todo el trayecto y porque los asientos son extraordinariamente cómodos, sobre todo el antepenúltimo de la hilera derecha (la de asientos dobles), el que tiene debajo la llanta posterior izquierda.
Estaba a punto de rendirme y tomar cualquier otro (casi todas las líneas pasan por la universidad), cuando revisé mis bolsillos y no encontré ninguna moneda, dejé pasar unos cuantos carros mientras buscaba el dinero que claramente recordaba haber guardado, y cuando al fin recordé que había metido las monedas en mi morral, apareció, en todo su azul esplendor, el azulísimo (un nombre perfecto para ese carro que tal vez se me habría ocurrido y tendría el crédito de no ser por un pato de mierda que le puso rosadísima a un carro probablemente muy similar a este) en su aletargado movimiento, un azul y aletargado tanque de paz me abrió sus puertas. Yo subí agradecido y le agradecí al sentarme, porque una vez más, me salvó del viaje de pie mirando el suelo, que tanto detesto. Abracé mi morral, y sonreí, y le agradecí también, porque en verdad me creí (me creo) que, como el azulísimo, me cuidó ese día.
Y entendí, que las musas no sólo inspiran, te convierten, y entendí que es así como trabaja este universo místico, o más bien, absurdo, como lo inesperado. Se presenta en forma de rosadísimas, azulísimos, lunas y tantas otras. Se suscita de pronto, te las tira encima. Súbitamente, una sonrisa que sólo parecía extraordinaria, te parece maravillosa, súbitamente, te vuelves irrepetible.
Etiquetas: Manos que gritan
3 comentarios:
lo del riso de julia robert, bueno supongo que te hace recordar algun otro. cada vez mas estoy creyendo que los micors tienen un efecto misterioso en nuestras vidas. estoy completamente deacuerdo en todo contigo, tanto que me quitaste las ganas de refutarte, o de siquiera hacer el esfuerzo. y por si no quedo claro lineas arriba, me parecio genial.
entiendo vuestro sentido...son casi como qualias...momentos subjetivamente irrepetibles... a veces pienso q me volvi muy concreto..no lo se
jodete!
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