Incomprensibles I
La ultima vez que la vi la negué. Cuando era un chico más chico que ahora tenia una amiga, mi primera de la vida, se llamaba Kika. Ella era blancona, pecosa, como un personaje de novela inglesa. Vivía en la esquina opuesta a mi casa, en la manzana del frente.No se bien como nos conocimos, seguramente fue en la iglesia. Por ese tiempo recuerdo que iba mucho a la iglesia acompañando a la abuela a rezar y mi ella era amiga de su abuela.
Cuando eramos chicos pasábamos mucho tiempo en casa de ella. Jugábamos con sus plastilinas que siempre olian raro, con los cientos de imanes que tenia su refrigeradora. Frente a su casa, en el parque, jugábamos a la comidita y me enseño a comer el pistilo de una flor roja que llamábamos platanitos. Por esa época también jugábamos mucho a la ciudad, precursores era aun una urbanización en vías de construcción y se podía encontrar en las veredas arena húmeda tirada y ladrillos, que cuando rompíamos hacían las veces de autos, los mas grandes los usábamos como constructores de pistas. Terminábamos con las uñas llenas de tierra y mugre, pero siempre nuestro montículo de arena era el que mas túneles subterráneos tenia.
Sin embargo, poco a poco nuestra amistad fue cayendo en el desuso y en la ausencia. Comencé a hacerme amigo de los chicos de la cuadra, jugaba a la pelota, corría en las chapadas y escondidas y hasta aprendí a bailar el trompo. Siempre que ella pasaba cerca a mi y me saludaba mis amigos me molestaban y yo, que soy muy torpe, me ponía muy rojo y renegaba de conocerla. Ella debe haberse dado cuenta, ya que poco a poco dejo de saludarme, y con el tiempo nos volvimos extraños.
Con el tiempo ella se mudo a otra casa. Muchos años después mi tío puso sus cosas ahí y pude volver a entrar por esa puerta. La casa seguía oliendo a su ella, su casa olía a su plastelina. Entré a su patio, en donde siempre caían nuestras pelotas cuando a alguno de nosotros se le ocurría patearla muy alto. Entre al que me imagine como su cuarto y, aunque ella debía ser ya una adolescente como yo lo era en ese momento, me lo imagine infantil, tierno en el tiempo, con sus carritos y su mesita del té.
Ella luego se perdió entre la gente que no conosco y que no me interesa. Se perdió y pase un buen tiempo sin verla, aunque sabia que ella aun vivía en precursores.
Hace ya como un año que la volví a ver por el barrio. Se había vuelto la amiga de la hermana mayor de uno de mis amigos mas antiguos. Se había apendejado. Su cara, lejos de tierna y de inocente, mostraba ahora facciones de chica adentrada a los problemas placenteros de la vida. Seguía siendo pequeña, seguía haciéndose un moño en la cabeza, pero su voz, ahora con un dejo extraño, sus maneras y sus temas me causaban temor, como una preocupación por al persona que ya no era.
Durante toda la conversación estuve callado y mirando hacia abajo. Me daba vergüenza que me viera, que me reconosca y que se pregunte porque este tipo imbécil y temeroso había dejado de hablarle con el tiempo, a ella, que era ahora una mujer tan guapa, con una hija tan linda.
Mis miedos se concretaron al final de la noche, cuando solo nos quedamos Johnny, ella y yo. Ella le contaba sobre su vida. Yo, por estas cosas que me dan ante el temor hacia una mujer, me quede paralizado y abstraído, recordando el pasado y deseando en ella su olvido. Johnny le pregunto que si se acordaba de mi, si se acordaba como jugaba conmigo a la cocinita, en el parque, que si recordaba como construíamos nuestra ciudad perfecta con arena húmeda de pichi de perro. Ella me miro con sus ojos, que en ese momento me parecieron tan de madre, y dijo que no se había olvidado, "no me he olvidado de Alejandro", dijo, y mi cuerpo tembló. Contó una que otra anécdota sobre nuestra infancia y juntos se rieron.
-Y tu, ¿No te acuerda de cuando nos comíamos las plantas?
-No -mentí-, siempre he tenido mala memoria.
asyr!
Etiquetas: Reflexiones de una taza
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio